El pasado jueves salí de trabajar. Estaba mamado, pero más, de las ocupaciones y responsabilidades que he asumido: El montaje de una empresa editorial, estudiar una Maestría en Historia, los hermanos de la logia y ser coordinador de la campaña de Antanas Mockus en el Valle. Esto me ha alejado de mi familia, novia y amigos; supongo que todos ellos entienden. Ojalá.
Entonces tenía ganas de tomarme unas chelas con alguien, finalmente terminé con Carlos, Cristhian, Daniel y Kevin hablando güebonadas en un estanco. Todo salió muy bien, muy bacano.
Pero en un momento recordé a la gente de El Clavo. Desde 1997 cuando entré: Porras, Caicedo, Mayolo, Ana María, Claudia, Darío, Meza, Lozano, Angélica… En ese entonces yo era el menor y casi un 90% de lo que soy ahora se lo debo a esa experiencia. La verdadera experiencia de El Clavo que estaba en la amistad, en la discusión y en los sueños. A cada uno de ellos le debo algo.
Cuando los de El Clavo decidieron que fuera el director, cambiaron muchas cosas para mí. Tal vez porque no me saco de la cabeza la llorada de todos cuando Diego dejó de ser director para pasar a Ana María (peor porque me quedé dormido, raro), o cuando entre todos “compramos acciones en El Clavo”, pero más cuando Ana María me dijo en un bus Papa Gayo: “César, es el sueño de muchos, no lo dejes morir”. Desde ahí me he vuelto anciano (no tanto como Diego), no disfruto del paseo, pero sé que es necesario para que otros lo hagan. Tanto como lo hubiéramos deseado antes: Sin preocuparnos por las pautas, por la plata.
Son momentos de la vida, alguien me decía en el colegio: “En la vida todo llega, todo pasa”. Pero esa noche en el estanco, en compañía de algunos de El Clavo recordé con mucha alegría las trasnochadas en la casa de Porras, discutiendo, soñando, aprendiendo. Las rumbas con Pichardo y su computador Mac azul. Los zapatos Reebok de Meza. Los comentarios Jesuitas de Darío. Los cuidados de Ana María y Angélica para conmigo. En fin, son situaciones que están ahí.
Ahora, me gustaría que cada uno de los miembros actuales de El Clavo tuvieran un aprendizaje como el que yo tuve, una experiencia infinitamente formativa en todos los sentidos. Admito que estoy llorando en este momento, como niñito. Jueputa, es muy duro y me dolió cuando el malparido de Diego se fue para Canadá, cuando Pichardo me dejó de tratar como un niño para exigirme como adulto. Ahora entiendo porqué me decían que El Clavo había muerto en el 2000, murió porque ellos nunca estarán reunidos de nuevo, murió porque El Clavo era un grupo de gente que ya no está.
Ahora me acompañan Darío y Meza, dos de las personas más nobles y honestas que conozco, a los cuales nunca les he demostrado lo mucho que los quiero. Desde la edición 10, desde el 2001; se ha formado un nuevo grupo, al cual no he podido amar tanto como el pasado, porque no lo he olvidado. Daniel A., Fonseca, Julián, Pacho, Jorge, Eduardo, Catalina. Aparicio, Cristhian, Daniel M., Carlos, Mónica, Andrea, Lorza… son algunos de los que conforman un nuevo sentimiento.
Hoy le hago el duelo a los viejos. ¡Chao! y le doy la bienvenida a esta nueva experiencia, totalmente diferente, ni buena ni mala. Me demoré casi cinco años olvidando el pasado, un amor que marcó porque fue el primero, pero que ya está siendo superado. Sé que vienen cosas buenas, todo depende de todos. Me siento con la energía suficiente para afrontarlo. Gracias a todos.
Como dice La Oveja: “todo va a salir bien”.